Sí pasa.
Sí pasa que cuando duras mucho tiempo viéndote al espejo,
conviviendo día a día contigo mismo en el reflejo y que no estas del todo a
gusto con tu cuerpo, con el cómo te ves… sí pasa que cuando empiezas a ver
cambios, te vuelves adicto a verte en el espejo. ¿Y qué tiene?
Te vuelves adicto a verte en todos los reflejos, a tomarte
fotos en todas las posiciones porque es impresionante para uno el ver que por fin
desde cualquier ángulo, te gusta lo que miras.
Era algo que veías lejano y casi imposible pues todo el
tiempo nos avientan ese positivismo tóxico de “amarnos tal cual somos”. Pero aunque
estoy de acuerdo en aceptarnos. Reconozco que también amarse implica abrazar lo
que deseas, tener el valor y coraje para no estancarte o conformarte con aquello
que no te gusta y moverte hacia lo que nos mueve, nos motiva, nos impulsa.
En esta reflexión me quiero enfocar únicamente en la parte
emocional y no tanto en la parte técnica. Porque por supuesto que no quiero dar
a entender que realicemos cosas que atenten contra nosotros. Hablo de la parte
emocional al querer hacer cambios con tu cuerpo que se obtienen a través de hábitos
que te hacen bien y finalmente todos somos diferentes: para algunos funcionan unas
cosas y otros necesitan cosas distintas. Pero todos tenemos una variable en
común: emociones y sentimientos y de eso es de lo que quiero hablar.
Me he sentido culpable por sentir esto, por subir mis
historias todos los días, por ver las cosas de este modo y la verdad es que no
entiendo muy bien por qué. Si finalmente ha sido mi lucha, mi trabajo, mi
esfuerzo y disciplina. Cuando no estaba en este lugar, sentía mucho dolor,
incertidumbre, pues había caído en un espacio físico y emocional en el que no
estaba a gusto y no quería estar.
Sinceramente no sabía cómo modificarlo pues en todo este
tiempo no he dejado de hacer ejercicio ya que es algo que me encanta, me
apasiona hacerlo. Ya tengo tiempo sin comer cosas o muy grasosas o dulces en
exceso. Por lo que aún me pregunto si fue mi depresión. Es chistoso cómo sigo
aprendiendo conforme pasa el tiempo. Es como si cuando estas pasando por algo
doloroso, tu mente te protegiera bloqueándote de tu realidad para permitirte
existir con lo que te alcanza de energía.
Cuando murió Isma, tardé solo 2 meses en irme a vivir sola y
siento que mi mente dosificó como pudo para permitirme sobrellevar mi corazón roto
con el factor de auto sustentarme. Mis recuerdos son borrosos del año 2022, no
logro recordar 100% lo que comía o bebía pero tampoco recuerdo que nada de eso
fuera en extremo.
Pero desde que a los 16 años me interesé por el camino de
los cambios físicos hasta ahora he aprendido y sigo aprendiendo que la salud y
equilibrio a veces ni siquiera tiene que ver tanto con cantidad o calidad sino
como con la *gestión*. El saber qué es lo primero y último que comes, reconocer
los horarios de tu panza, de sus procesos y flujos según el ritmo en que llevas
tu vida (que cambia constantemente). El saber dormir lo suficiente y tomar
suficiente agua. El no durar mucho tiempo sin comer aunque tengas mucho trabajo
o sientas que no estas haciendo mucho como para “merecer” comer. El saber comer
despacio, poder escuchar a tu cuerpo cuando ya no quiere y cuando ahora sí ya
muere de hambre y no limitarlo. Saber qué contienen los alimentos que
consumimos y las diferentes formas en que nos aportan o afectan.
Comprendí también que hacer ejercicio no tiene porque doler
para dar resultados, que se puede gozar y que si es de tu interés meter más
retos que pueden requerir cierto dolor físico, es importante hacerlo por
convicción, por diversión y con compromiso al cuidado de tu integridad física y
mental, sin dolor emocional.
Este es mi proceso interno por la vida y es fascinante ver la
forma en que se conecta y expresa de manera externa con mi cuerpo. Quiero que
mi cuerpo, mis acciones… sean reflejo de lo que llevo dentro.
Una vez más reafirmo la importancia de reconocernos
internamente para poder dar a lo que nos rodea nuestro toque único que nos fue
dado para compartir.